Casi desde que nacemos, es la seguridad la sensación que más nos gusta.
La buscamos en el amor incondicional que demandamos de nuestros padres, en la aceptación de nuestro grupo de amigos, en la pareja fiel que se queda con nosotros, y finalmente también en un trabajo estable y bien remunerado que nos permita garantizarnos casa, alimentos, salud, educación y si apuramos hasta unas vacaciones anuales. Con el tiempo, a veces conseguimos superar algunas de esas querencias de seguridad, aunque casi siempre nos queda la necesidad de ese trabajo duradero que nos deje dormir bien por las noches y nos dé acceso a unos mínimos con los que poder llevar una vida digna.
La sociedad se ralentiza
Con la nueva realidad que nos impone el coronavirus muchas cosas han cambiado y parece que han llegado para quedarse, empezando por la distancia aconsejada que nos separa irremediablemente de muchos de nuestros seres queridos, un metro y medio como mínimo. La sociedad se ralentiza, se protege, se hace más cerrada, «¡no viajes allí!, ¡no compres ahí!, ¡no entres aquí!», y de repente todo lo que creíamos sólido bajo nuestros pies se torna inestable.
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La modernidad líquida
El mundo se ha vuelto líquido, mucho más de lo que profetizó hace unas décadas el filósofo Zygmunt Bauman cuando acuñó su famoso término «modernidad líquida». Porque si algo parece caracterizar a esta nueva sociedad de la pandemia es esa misma liquidez, que hace que dejemos de pisar terreno firme y nos veamos abocados a vivir bajo el signo de la incertidumbre. Una falta de seguridad que se manifiesta sobretodo en el terreno económico. Así, de la noche a la mañana, empresas que se creían pujantes se ven en bancarrota, trabajadores que sentían su jubilación asegurada se quedan sin empleo, y sectores enteros del mercado son barridos por la nueva realidad.
Una salida recurrente en estas situaciones es la de la precaución, el no hacer, el esperar a ver si la dinámica mejora. El problema en estos casos es que de la precaución a la psicosis y al miedo paralizante hay un paso muy corto, y una vez abierto el camino del miedo cualquier cosa –y no precisamente buena- nos puede venir. Por suerte, ante una situación de incertidumbre hay más opciones, y a veces una crisis puede no serlo tanto, si somos capaces de enfocar el concepto «crisis» desde la perspectiva en la que lo hacen, por ejemplo, culturas tan antiguas como la china. Casualidad o no, en chino la palabra crisis (Wei ji) se compone de dos caracteres, donde wei significa peligro y ji oportunidad.
Las consecuencias de la ralentización
Nos guste o no, en adelante vamos a tener más tiempo para estar con nosotros mismos, y eso no tiene porque ser malo, al contrario, nos va a ayudar a encontrar el camino por el que discurre la solución, que, cómo tantas otras veces, reside en nuestro interior. Porque a menudo dentro de nosotros viajan un sinfín de cualidades que desconocemos, que están ahí esperando a que las activemos, dado que el ser humano, a diferencia de los animales, no está condicionado o limitado a ser de una determinada y concreta manera. Porque aunque nos lo parezca no hemos nacido para ser camarero, dependienta, abogado o fontanero, por más que sea eso lo que hemos hecho durante buena parte de nuestra vida. No sirve de nada resistirse a un cambio que es evidente, por mucho que deseemos que todo vuelva a ser como era antes.
Reinventarse es la solución
Dicho de otra manera, usando un símil deportivo, si eres capaz de reinventarte por esta vía que te sugerimos, estarás en la línea de salida de esta nueva carrera a la que se nos invita, con las mismas oportunidades y capacidades que otros muchos, de modo que solo te quedará ponerlo todo de tu parte y confiar en que la suerte te acompañe un poco.